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MÁS AL SUR DE CAIZA, EL PUEBLO CHANÉ DEL ITIYURU Y YACUIBA

MÁS AL SUR DE CAIZA, EL PUEBLO CHANÉ DEL ITIYURU Y YACUIBA.

Los chané tras migrar hacia el sur desde las llanuras amazónicas, se establecieron en los confines del Chaco, en ese lugar tuvieron que luchar con el paso del tiempo contra otras tribus, para el siglo XIX sus constantes luchas eran contra los Tobas. Los Chanés, llegaron a poblar un amplio territorio desde Sanandita hasta Caiza y el valle Caipependi en las orillas de los ríos Pilcomayo. Pero por las constantes agresiones que sufren por parte de los Tobas, deben migrar más al sur de Caiza, a la región del río Itiyuro que fue poblada por los chanés de Sanandita a finales del siglo XVIII[4] de hecho, de acuerdo al trabajo de Isabelle Combès (Combès:2007) la primera referencia inequívoca sobre la presencia de chanés en el Itiyuro data de 1800 en un escrito del padre franciscano Antonio de Comajuncosa, quien escribe que al sur de Itaú está Caraparí “y siguen las naciones de Chaneses y Mataguayos que distan cuarenta leguas, poco mas ó menos”; el mismo autor confirma la información diez años más tarde, cuando menciona el “pueblo bárbaro de Itiyuru de indios Chaneses”[5] en tal escenario es que llega el año de 1843 y la expedición que para Junio de aquel año emprende desde Tarija hacía el Chaco el Prefecto Rodríguez Magariños y se realiza la fundación de Caiza en un territorio habitado por Tobas y Chanés al sur. Rodríguez Magariños recorrió el curso del Pilcomayo río abajo, uno de los Capitanes de los chanés del Itiyuro es Parava (Paraguá ó Parawa según algunos textos) quien fue probablemente uno de los 17 jefes indígenas que se acercaron a Magariños el 14 de julio de 1843 y que obtuvó en esa fecha títulos de tierra o derechos de usufructo de su territorio que comprendía hasta la frontera de caiza y por el sur hasta el Itiyuro. Un año después, el 16 de julio de 1844, las cuentas del tesoro departamental de Tarija registran un pago de cinco pesos y cinco reales al “nuevo Capitán Grande de los Chaneses, nuestros aliados”; la suma corresponde a “un bastón puño de plata y dos y media varas bayeta fajuela nácar”. La entrega se hace “a nombre de su Excelencia el Presidente”. El 22 de agosto de 1846, se registra otro pago de un peso y dos reales “al Yndio Cacique Paraguá y ocho de sus súbditos”.

Para 1850 en la zona de Caiza vivian 1277 mestizos, por aquel tiempo tanto Caiza como la zona del actual emplazamiento de Yacuiba constituían para los Franciscanos una sóla jurisdicción parroquial, Caiza sobre todo estaba poblada entre otros por mestizos lIegados deYacuiba.[6] Poco después, en 1859, el primer mapa de Bolivia ubica a los “chaneses, indios aliados” en el Itiyuro y entre ambos camino a Caiza se encuentra un lugar denominado “Yacundo”.

Para 1860 una delgada línea segura unía Aguairenda con Tarairí; esta línea estaba obviamente muy cercana a los pueblos de los blancos y alejada de los pueblos originarios. Sin refuerzo del conjunto, no era posible mantener la unidad de las partes. El ensanchamiento era posible tan sólo hacia río abajo. La ocasión propicia se presentó porque Tarija quería ver flamear la bandera de Bolivia en aquellos parajes en contra de las pretensiones de Argentina. El Padre Giannelli renunció a la nominación de responsable y aceptó la de “Pacificador de los bárbaros del Chaco”. Entonces después de 1860 y hasta 1864 se consuma el despojo y apropiamiento de los territorios ancestrales del pueblo Chané en la zona conocida como Yacundo al norte del Itiyuro, el responsable de tales acciones fue un Teniente Coronel de la Guardia Nacional, llamado Cornelio Ríos, que desconociendo los derechos propietarios del pueblo Chané sobre la tierra entregada por Rodríguez Magariños quien les reconoce su propiedad en julio de 1843 de los Chané sobre un fertíl valle al sur de Caiza. Estas fechas coincidirían con la fundación según Cardús, Corrado, Jofré y Giannecchini de la Reducción de Yacuiba en 1860.

Pero está colonización sobre los territorios de los Chané llega todavía más al sur, de la naciente villa de Yacuiba llegando hasta un lugar donde existe un pueblo denominado por Bolivia como Tartagal, ya que para 1872 se producen intentos del Ejército Argentino de apoderarse de territorios reivindicados como parte de la soberanía territorial Boliviana; Manuel Otton Jofré desde la Villa de Caiza (Jefatura Superior, Política y Militar del Distrito Territorial del Gran Chaco Oriental) el 4 de junio de 1872 informa en un oficio dirigido al Ministro de Estado en el Despacho de Gobierno y Relaciones Exteriores de Bolivia lo siguiente: "...hasta dónde llegan las pretenciones de los jefes Argentinos, pues creen pertenecerles el pueblecito del Tartagal, fundado y poseido por bolivianos, y donde existe un Teniente de Cura, dependiente de esta Parroquia de Caiza, un Correjidor y un Comandante Militar..."[7] estás circunstancias y otras más sucedidas durante los siguientes meses de 1872 validaron que Augustin Morales hubiera creado en Marzo de 1872 el Distrito Territorial del Gran Chaco; acción que se dio el 30 de marzo de 1872 en el Art. 4 del citado Decreto de 30 de marzo de 1872 se determina que el Pueblo de Caiza, será por ahora la Capital del Distrito Territorial del Gran Chaco y la residencia oficial de la primera autoridad.

En 1876, es emitido por el Presidente Hilarion Daza el Decreto Supremo de 12 de Agosto de 1876 referido a la División Política del Departamento de Tarija, el Distrito Territoral de Gran Chaco se constituye así en la provincia de Gran Chaco confirmando a Caiza como su capital, “Provincia del Gran Chaco, con los cantones Caiza – Capital, Caraparí, Itaú, Yacuiba, Tartagal y las misiones de nueva fundación a la margen occidental del Pilcomayo” (Art. 1 Decreto Supremo de 12 de Agosto de 1876) recién mediante Ley de 19 de Octubre de 1880, se fija nueva delimitación para el Departamento de Tarija y sus provincias, en esta Ley Yacuiba se eleva a rango de capital de la Provincia Gran Chaco[8]. Para el año de 1883 la Subprefectura del Gran Chaco asentada ya en el pueblo de Yacuiba se ocupó de dar garantías para haciendas y vidas de los pobladores blancos “los criollos” de la región, y de fundar una “oficina en Caiza, con ramificaciones en Caraparí, Yacuiba y San Antonio para atender quejas de los pobladores; asimismo, la “organización de un piquete ambulante de ‘Columna de Colonias’, formada por hombres del lugar. Se le autorizó instalar ‘puestos’ en los parajes que fuesen de urgencia y que la organización de piquetes militares, por falta de fondos, podía recurrir a utilizar nativos [“civilizados”] sin goce de haberes, prometiendo el Gobierno procurar una suma de pesos para después”. Mientrás tanto está zona sigue creciendo tanto en importancia política, económica y poblacional. Figura constantemente en la cartografía oficial de finales del Siglo XIX y comienzos del siglo XX, además en la zona aledaña prolifera el negocio de la ganadería existen “un mil o más cabezas” de ganado por rancho en la zona: “…como en el caso de Rancho Partiñanca cerca de Yacuiba…”[9]

En toda esta etapa la población Chané que habitó ancestralmente dicho territorio fue silenciada, aquí tiene marcada importancia el papel de los Franciscanos con su tarea de conquista espiritual de los “infieles”, quienes al evangelizar a los indígenas Chanés le arrebatan su historia y su identidad, por otro lado sin embargo durante la etapa señalada también los indígenas Chanés aceptan el bautismo y cambio de nombre como una forma de sobreviviencia en sus propios territorios que fueron apropiados por hacendados y colonizadores: “…La adopción del nombre parece haber respondido en este caso, entonces, a una estrategia voluntaria para facilitar las crecientes relaciones con el mundo de los karai, y en otros casos a un requisito forzado ó semiforzado por parte de los patrones de hacienda. Sin descartar de ningún modo el indudable influjo de los hacendados, los capataces y los dueños de los ingenios locales, en el norte de Salta se recuerda todavía que gran parte de los apellidos castellanos fueron impuestos por los misioneros franciscanos. Los religiosos impartian los nombres y apellidos de forma expeditiva: así, entre los Chané encontramos los habituales patronimicos "Segundo" ó "Tercero", e incluso varios casos en los cuales una mujer tiene el mismo apellido de soltera de su marido, pese a que se trata de familiares sólo por alianza…”[10]

No se debe olvidar que para la cultura Chané, adoptar un nombre constituye una cuestión importante: “…Se eligen los nombres de alguien estimado o de alguien prestigioso; en definitiva, de alguien que es valorado positivamente por la memoria familiar…”[11]


Es así que la cultura chané lleva inscriptas las marcas de sus múltiples interacciones históricas. No sorprende, entonces, que el sistema chamánico chané no sea hostil al cambio, sino que en todo momento mantenga un carácter abierto, no dogmático, maleable e integrador. En el presente la historia oral de los chané argentinos rememora las gestas de los guerreros legendarios que combatían a los invasores que llegaban desde Bolivia, para lo cual recurrían a un arsenal de conjuros llamados mbrae en castellano, secretos. Este chamanismo Chané, hace posible que ciertos espacios contengan una fuerte carga de “espiritualidad” uno de esos lugares es Yacundo, quizás por eso el interés por parte de los criollos de 1843 de garantizarles su propiedad sobre dichas tierras, ganándose así su lealtad en contra del adversario común “el toba” para los Chané los blancos ó karaí término que, dicho sea de paso, designaba antiguamente a los más poderosos chamanes, también llegan con sus amuletos “cruces” para imponerles sus nuevos dogmas. Unas décadas más tarde, la situación se mantiene, y los misioneros franciscanos de finales de siglo XIX observan que la imputación de las enfermedades entre los Chanés por ejemplo “a la brujería”. Entre los chané, la brujería sigue siendo un eslabón fundamental en la cadena causal que relaciona a determinado individuo con determinados acontecimientos. Este conjunto de creencias entre los Chanés hacia que vieran a la Cruz como un arma poderosa de los misioneros, y como tal fue adoptada por los indígenas. No veían en ella el símbolo de un nuevo dios, sino un tupicho, un instrumento mágico que servía para alcanzar metas bien concretas[12]

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